viernes, 4 de mayo de 2012

La Plaza de Babel


Media hora en la plaza del Ayuntamiento de Mazarrón a media mañana, no da para hacer un estudio demográfico y mucho menos etnológico, aunque sí para tomarse un té con media de tomate de fábula y fijarse un poco en el personal.

En el tendido de sol de la plaza, dos parejas de guiris almorzando y tostándose como solo ellos saben hacerlo. Otra pareja de los mismos, altos, fornidos (tanto él como ella), en calzones cortos, se entretienen leyendo la placa a la puerta del Casino en español y en inglés, y comentando en su jerga lo bonita que es la fachada del antiguo Ayuntamiento.

En el tendido de sombra, mi tostada y yo, y en un banco, a medio camino entre ambos tendidos, una pareja de sudamericanos de nacionalidad indefinida en animada charla en una jerga un poco más inteligible que la anterior. Hay pocos transeúntes, dos magrebíes del Magreb (ignoro si marroquíes, tunecinos o argelinos), más allá, dos vistosas señoras de etnia gitana gesticulando a su manera se cruzan con otras dos, estas nativas del lugar y convencionalmente vestidas; otro par de guiris, estos, varones los dos, parecen recién sacados de un libro de Asterix y Obelix, uno grandote y panzudo con una coleta a lo galo y el otro menudo y nervudo con el pelo muy blanco y muy corto, se sientan en el tendido de sol, ¡cómo no!  y se piden unas birras.

Mientras termino mi tentempie atraviesan la plaza más norteafricanos, más sudamericanos, más europeos del norte, algún que otro español y puede que entre ellos algún mazarronero genuino, pero el que no falta y por eso lo he dejado para el último, es el tonto del pueblo, en el sentido más aséptico del término, sin ánimo de mofa o burla, sino únicamente como descripción del sujeto.

Sentado en su mesa, en la terraza del bar, vocifera machaconamente a todo el que pasa, y los paisanos se paran, le contestan, hablan con él, él replica a gritos que resuenan en toda la plaza. Al uno le dice que recoja el correo porque ya pasó el cartero, y a otro que Manolo ya se ha ido, que Manolo ya se ha ido; sus interlocutores, continúan la marcha y él sigue en amigable charla consigo mismo.

Cuando ya me disponía a marcharme le oigo comenzar una animada conversación con un móvil; oigo ¡Buenos días! y él contesta: ¡Buenos días!, la charleta continúa y cuando me fijo un poco más, ¡Es una radio de bolsillo! y él muy serio, con ella pegada a la oreja, charla y charla en su lenguaje, sin preocuparse de los que le rodean y mucho menos del idioma en que se entiendan. A él, todos le entienden y es feliz.