jueves, 13 de enero de 2011

La Navidad en el Trastero


Un año más la Navidad volvió al trastero. Un año más, y van 24, cumplimos con el ritual navideño de montar el Belén, el Arbol, los adornos... Quién nos conoce sabe que el despliegue navideño que llevamos a cabo es más que considerable.

Desde que tengo conciencia recuerdo la Navidad con Belén; en mi casa familiar siempre pusimos un Belén de lo más completo. Nos pasábamos todo el mes de diciembre construyendo una cuna imaginaria para el Niño Jesús que nacía en Nochebuena; según nos portábamos, las cunas de cada cual eran de distintos materiales, desde la sencilla madera, hasta el oro fino; nos lo currábamos cantidad, y de paso hacíamos méritos para agradar a los Reyes Magos, que inexorablemente llegaban de Oriente.

Durante la etapa universitaria también me las ingenié para contar con variopintos belenes en mis distintos hogares de temporada, donde la imaginación y el entusiasmo suplían con creces la escasez de personajes y motivos navideños: las lentejas bordeaban los caminos y la harina ponía el típico toque nevado al conjunto.

Ya con casa propia y aún sin descendencia, continuó la tradición belenista y aunque incorporamos el Arbol, el resto siempre lo echamos en el Belén que año tras año fue creciendo en tamaño, complejidad y personajes. Los primeros años no contábamos con trastero y los aparejos navideños se guardaban en un armario, con lo que no resultaba excesivamente gravoso ponerlos en situación cuando llegaba el momento Navidad.

Los primeros belenes eran 100% naturales:  Rocas del campo de generoso tamaño, muy decorativas, pero que pesaban un quintal; cortezas varias para montar el pesebre; plantas naturales, musgo y ramitas simulando árboles y arena de la playa para el suelo desértico. Todos estos materiales los recogíamos durante nuestras excursiones y cuando aumentó la familia, se convirtió en tradición subir al monte e ir a la playa para hacer acopio de todo lo necesario para nuestro Belén. Hasta el Arbol fue natural durante muchos años, el último lo plantamos en Archivel y ahí sigue.

Cuando tuvimos trastero, la cosa se complicó: por un lado, podíamos guardar más cosas y la parafernalia navideña creció exponencialmente, y por otro, había que trasladarla tres pisos para llevarla a casa. Así que ahí me veo escaleras arriba, escaleras abajo acarreando cajas y cajas. Lo peor, las que contenían las piedras (la edad se hace notar), y que pronto fueron sustituidas por papel rocoso que se moldea de maravilla y no pesa nada. Poco a poco, según fueron creciendo las infantas, la cobertura vegetal fue siendo sustituida por sintética y el último bastión perdido fue la arena de la playa, que en las últimas ediciones se ha tornado en tierra perfumada para gatos, que da muy buena impresión.

El suspiro de alivio que se me escapa el día que terminamos de engalanar la casa para las fiestas navideñas, no es nada comparado con el resoplido de satisfacción cuando la última caja o bolsa, convenientemente etiquetada, junto con el árbol, atado como un salchichón ocupan su puesto en el trastero hasta el año que viene. (Con la firme promesa de que el próximo año, todo se quedará allí)